Nikos Chilas

Su mano ya no atrae la fortuna. Cualquier cosa que Alexis Tsipras toca desde el verano pasado les trae la perdición a él y su pueblo. Primero echó a perder el referéndum del 5 de julio de 2015, al convertir un fuerte “Όχι“ (Ochi, No) en un lastimero “Ναι” (Ne, Sí), disgustando al 61.3 por ciento de griegos que rechazaron claramente las imposiciones de los acreedores en Bruselas. De esta forma convirtió la victoria más importante del movimiento de masas desde el comienzo de la crisis en una derrota ignominiosa. Acto seguido, le dio a esta derrota el carácter de una capitulación formal, al firmar en la mañana del 13 de julio en la capital belga un documento con el cual cedió, además del patrimonio estatal, también la soberanía estatal del país. Finalmente, después de haber provocado la división de su partido Syriza, convocó a nuevas elecciones para el 20 de septiembre. Ciertamente las ganó con holgura, pero puso su victoria al servicio de los acreedores.

Esta racha de mala suerte no ha parado desde entonces. Así, también los 10 mil 300 millones de euros otorgados a mediados de junio por la Cuadriga de acreedores –formada por la Unión Europea, el Banco Central Europeo (BCE), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE)– resultaron ser un regalo envenenado, con el que la montaña de deudas griegas sigue creciendo. La mayor parte la debió utilizar para amortizar empréstitos del Estado: este dinero fluye automáticamente de regreso a las arcas de los acreedores. El resto lo usó para saldar deudas a corto plazo que el Estado griego tenía con grandes empresas privadas. Es decir que no quedó un solo euro para inversiones productivas. Para ello su gobierno debe cumplir con nuevas imposiciones de los dadores del crédito en los ámbitos fiscal y social, lo cual convierte la visión que tenía Tsipras acerca del crecimiento y de una redistribución con justicia social en un sueño de una noche de verano. Como pasó siempre con tales “acciones de socorro” se trató de dinero envenenado, que le ayuda al primer ministro griego sólo a corto plazo, pues lo lanza a una ruina todavía mayor a mediano y largo plazos.

“Es la maldición del acto malo” juzgó el locutor de una estación de radio griega. La capitulación del 13 de julio provocó un cambio de paradigmas en la historia de la izquierda en toda Europa. El presidente de Syriza y primer ministro griego no sólo sufrió una derrota histórica, sino que se convirtió, aunque de manera involuntaria, en el “esbirro” de los acreedores, en el órgano ejecutor de su programa.

Por lo visto, la maldición es persistente. Para cuando termine el tercer programa de ayuda (o tercer “memorándum”), a mediados de 2018, el gobierno de Tsipras deberá haber llevado a cabo, en total, 277 “reformas”. De éstas, apenas se han realizado 80, o sea que faltan 197. La puesta en práctica de otras 15 reformas, entre ellas una reforma al derecho laboral, que, entre otros, tiene como objetivo desarticular el derecho a huelga, es inminente. “No hay respiro para Tsipras” fue la conclusión a la que llegó el periódico Handelsblatt. El estrés se ha vuelto su eterno acompañante.

Esta falta de respiro se explica por la naturaleza de las medidas, que están en clara oposición con el programa de Syriza. Dos ejemplos de lo que se decidió en los dos meses pasados:

  • Impuestos adicionales de mil ochocientos millones de euros (entre otros, un aumento del IVA de 23 a 24 %).
  • La creación de un nuevo fondo, al que deberán fluir todos los bienes del Estado griego, entre ellos, 72 000 inmuebles. Su objetivo es ingresar 50 mil millones de euros por la venta o la “utilización” de los bienes. 50 por ciento de las ganancias se invertirán en la recapitalización de los bancos, 25 por ciento serán para el servicio de la deuda estatal y el restante 25 por ciento, para gastos productivos del Estado griego. El fondo fue establecido por 99 años, su consejo de vigilancia y administración está bajo la tutela del MEDE. De esta forma la Cuadriga le impuso a Grecia el plan económico más largo de la historia; supera por mucho los planes a cinco y diez años de los antiguos países donde imperaba el socialismo real. Al final espera la liquidación total: el país será ajeno a sí mismo, ya no dispondrá de bienes públicos.

Un ejemplo característico lo constituye la venta del antiguo aeropuerto Ellinikon de Atenas, que abarca 620 hectáreas y está a orillas del mar. Se le considera, con razón, uno de los solares más caros en las costas de Europa. Su valor fue tasado en más de 3 mil millones de euros por expertos independientes. Pero la dirección del fondo lo malbarató por tan sólo 915 millones de euros al naviero griego Latsis. En esa superficie se está construyendo ahora una ciudad con penthouses para 27 000 personas. El parque para la población ateniense que se había planeado originalmente ya nunca existirá.

Tsipras, entre la espada y la pared: no sólo tiene que llevar a cabo el memorándum actual, sino también administrar la “herencia” de los dos anteriores. Se trata de cientos de leyes que supuestamente pretenden la modernización de la administración, la economía y las finanzas, pero que en realidad convierten a Grecia en un desierto social.

Tsipras es víctima de un chantaje, mismo que pudo haber evitado con su dimisión. Sin embargo, se decidió por permanecer en el gobierno y por la ejecución del memorándum. A pesar de eso trata honestamente de suavizar las repercusiones de su política a favor de los estratos más pobres. Éste es un verdadero trabajo de Sísifo, pero también su excusa más eficaz. Justifica el hecho de que está causando daños irreparables con su memorándum “de izquierda” diciendo que, en su lugar, cualquier otro hubiera sido mucho más complaciente con los acreedores. Además, afirma que él mismo es la garantía para una política social y favorable al crecimiento, misma que transcurre de manera paralela al memorándum, o, mejor dicho, transcurrirá próximamente con los miles de millones del paquete de inversión de Juncker.

Todo parece señalar que al nuevo Tsipras retocado ya no le cree la población. Tan sólo lo tolera porque los políticos de oposición resultan todavía menos recomendables. Su futuro depende únicamente de la dimensión de la paciencia de la gente.

Cuando se terminará esta paciencia, no se sabe con claridad. Los eventos en ocasión del aniversario del referéndum del 5 de junio podrían dar las primeras señales al respecto. En Grecia (y otras partes de Europa) innumerables personas se sienten defraudas por la milagrosa transformación del “No” en “Sí”. Grandes movilizaciones de masas en estos días serían una mala señal para Tsipras, también en vista de las medidas que planea para el próximo otoño…

El hecho es que hasta ahora el primer ministro Tsipras no ha sido molestado por movilizaciones militantes. Las huelgas generales y por ramos a partir de mediados de 2015 como consecuencia de su capitulación no se salieron de cauce.

Sus propias experiencias con tales acciones han sido predominantemente positivas, puesto que antes de 2015 las había ganado en su condición de coorganizador. Este período –entre 2011 y 2015– coincidió con el meteórico ascenso de Syriza. En esa época, como lo muestra una estadística de la policía, se realizaron en Grecia 27 103 (!) manifestaciones y mítines: un número récord. Tsipras supo aprovechar magistralmente ese inmenso potencial para sus fines. Entonces, cuando todo lo que tomaba en las manos todavía se transformaba en oro.

Pero hoy ya no es un alquimista político. Ya no puede reinterpretar el sentido del referéndum, tampoco puede borrar de la memoria de los activistas el recuerdo de las miles de acciones. El aniversario del 5 de julio ofrece entonces una buena posibilidad para reactivar esa memoria. Y también para nuevas movilizaciones: ahora no a favor de Tsipras, sino contra su memorándum.

Nikos Chilas fue cofundador de FaktenCheck:HELLAS, ahora está activo en la redacción de FCE y desde 1999 escribe para el periódico griego “To Vima”.